«Todos los hombres de Mikladalur están condenados a morir en el mar»
Se dice por estas aguas septentrionales y alejadas que las focas son personas que han decidido abandonar la vida terrenal, para vivir en el mar enfundados en la piel de una foca. Solo regresan a tierra una vez al año en la víspera de los tres reyes. Esa noche, se juntan en una de las cuevas que hay en las costas de Mikladalur. Abandonan su piel de foca, la esconden entre las rocas y pasan la noche bailando y celebrando hasta las primeras luces del alba cuando nuevamente vuelven al mar.
Uno de los tantos jóvenes de Mikladalur que conocían la leyenda de esta noche mágica decidió acercarse a la costa para ver a las criaturas disfrutar de su fiesta. Al verlos desenfundar sus pieles de foca, no pudo evitar quedar prendado de una de las jóvenes que formaba parte de la celebración. Se enamoró perdidamente de ella con tal solo mirarla y no pudo dejar de seguirla con la mirada toda la noche.
Sabiendo que al día siguiente ella volvería a ser una foca y no la podría volver a ver más, el muchacho, en un impulso tomó la decisión de robar la piel de la joven. Él conocía muy bien las historias populares que contaban que al robar la piel de la foca a ella no le quedaría más remedio que esperar a que quién tuviera su piel tomara la decisión de devolverla, y mientras tanto la hermosa joven viviría sumisa a su lado.
Con las primeras luces del alba los participantes se enfundaron nuevamente su piel de foca. Todos, menos la joven hermosa que vio que el muchacho la tenía. Irritada lo confrontó y el muchacho se lanzó a correr. Lo persiguió hasta el pueblo, sin éxito. Exhausta, se rindió. Pidió al muchacho que por favor le devolviera su piel de foca. Este, cegado por lo que él pensaba era amor, se negó. Ella no podía volver y no quería quedar a la deriva. Por ende, no le quedó de otra que vivir sumisa al lado de el.
Los años pasaron. Se casaron y tuvieron tres hijos. El muchacho de Mikladalur ya convertido en un hombre, tenía la piel de foca guardada en un baúl bajo llave fuera del alcance de todos. La llave de este baúl la tenía atada a su cinturón, sabiendo el peligro que corría su matrimonio si un día su hoy esposa lograba hacerse con ella. Ya que pese a sus tres hijos y la vida familiar que él tanto había añorado, sabía que su esposa no era feliz. Al fin y al cabo ella había tomado la decisión un día de dejar la vida terrenal para irse a vivir al mar. Y por culpa de él ya no pudo volver.
Un día de tantos en los que salió a pescar con sus colegas, digna herencia de los hombres de las Islas Kalsoy y Mikladalur, se tocó el cinturón por inercia y no sintió el tacto frío que producía la llave dorada que llevaba en su cinturón. La había dejado en casa. Asustado, regresó tan pronto pudo de mar abierto a Mikladalur tan solo para encontrar a sus tres hijos solos en casa con el baúl abierto. Su mujer se había ido.
Ella caminó hasta la orilla con la piel en sus manos. Se la volvió a enfundar, no sin antes voltear y dar una última mirada a este lugar que había sido su hogar durante tanto tiempo. Miró con algo de melancolía por dejar a sus hijos, pero feliz por volver a casa. Una gran ola golpeó contra las rocas y aprovechando este estruendo, ella se lanzó al mar para no volver más.
Él y sus tres hijos pasaron años esperando el regreso de su mujer. Miraban con anhelo el océano Atlántico desde las costas abruptas de Kalsoy. Pero, ella jamás regresó.
El hombre, cegado por la ira, tomó la decisión de reunir a cuántos hombres pudiera para matar a todas las focas que encontrase durante la próxima noche de la víspera de los tres reyes. Las acorralarían en la costa al salir de la cueva y consumaría la venganza contra la mujer que lo había abandonado a él y a sus tres hijos. Pero, la noche antes del suceso su esposa se le apareció en sueños advirtiéndole:
«Todos moriréis en el mar. Algunos despeñados desde los acantilados, otros ahogados faenando, otros engullidos por una tormenta…»
Esta sería la maldición que les caería a todos los hombres de Mikladalur si él osaba a cumplir su plan. El hombre ignoró el sueño y la noche siguiente de la víspera de los tres reyes cumplió lo prometido. Junto con otros hombres mataron a todas las criaturas marinas que encontraron. Descargo su ira con furia, sin importarle las consecuencias.
Entre las criaturas muertas estaban el ahora esposo de Kópakonan y sus cachorros de foca. Kópakonan al enterarse regresó a las costas de Mikladalur solo para lanzar una maldición a ese lugar que tanto daño le había hecho:
«Todos los hombres de Mikladalur están condenados a morir en el mar «
Desde entonces, cada vez que un hombre de Mikladalur muere en el mar, los ancianos del lugar hacen referencia a Kópakonan, la mujer foca de las Islas Feroe.