Jesús se sentó a la mesa con sus discípulas en la última cena, consciente de que su tiempo en la tierra estaba llegando a su fin. Sabía que tenía que aprovechar esta oportunidad para hablar con ellas sobre los temas que más le preocupaban.
«Esta noche es una noche muy especial», comenzó Jesús. «Porque estamos reunidos aquí para compartir esta cena, pero también para hablar de las cosas que nos preocupan. ¿Qué les preocupa a ustedes, mis amadas discípulas?»
María Magdalena se levantó de su asiento y habló con voz firme. «Nos preocupa la desigualdad de género que todavía existe en el mundo, Jesús. Las mujeres todavía no tienen los mismos derechos que los hombres, y muchas veces somos discriminadas y marginadas por la sociedad».
Jesús asintió con la cabeza, sabiendo que esta era una preocupación muy importante. «Tienes razón, María Magdalena. Pero no debemos perder la fe. Es importante que sigamos luchando por nuestros derechos y por la igualdad, y que sigamos trabajando juntos para hacer un mundo mejor».
«¿Pero, por qué sigue existiendo la desigualdad de género, Jesús?», preguntó María Magdalena, con una mirada de tristeza en sus ojos. «¿No hemos avanzado nada en todos estos siglos?»
Jesús la miró con una sonrisa compasiva. «Si hemos avanzado, María, pero aún queda mucho por hacer. La lucha por la igualdad es un camino largo y difícil, pero debemos seguir luchando sin perder la esperanza».
María Magdalena suspiró. «Pero ¿Cómo podemos mantener la esperanza cuando vemos tanta discriminación y violencia hacia las mujeres? ¿Cómo podemos tener fe en que algún día las cosas serán diferentes?»
Jesús puso una mano en su hombro. «Debemos tener fe, María Magdalena. Fe en nosotros mismos, fe en el poder de la justicia y fe en un futuro mejor. Si perdemos la fe, perdemos todo».
María Magdalena miró a Jesús con admiración, impresionada por su fortaleza y su fe, aunque aún con un dejo de tristeza. «Tienes razón, Jesús. Hay seguir luchando y no perder la fe. En algún momento todo esto tiene que cambiar. Gracias por estar a mi lado».
Jesús sonrió de nuevo y tomó su mano. «Siempre estaré a tu lado, María Magdalena, y con la ayuda de Dios, podemos hacer de este mundo un lugar mejor para todos».
Marta, la hermana de Lázaro, se puso de pie a su vez. «A mí me preocupa el cambio climático, Jesús. La tierra está sufriendo mucho y siento que estamos acabando con ella. ¿Qué podemos hacer para remediarlo?»
«Marta, sé que estás preocupada por la tierra y cómo está sufriendo», dijo Jesús, con una voz calmada y reconfortante. «Pero no te desesperes. Hay cosas que podemos hacer para ayudar».
Marta suspiró. «Es difícil no sentirse desesperanzada cuando ves cómo la tierra sufre cada vez más. Los ríos están secos, los animales mueren y los desastres naturales son cada vez más frecuentes».
Jesús asintió. «Sé que parece abrumador, pero debemos seguir luchando. Debemos tratar de reducir nuestra huella de carbono, cuidar de los ecosistemas y trabajar juntos para encontrar soluciones».
Marta lo miró con tristeza. «Pero, ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo podemos detener algo tan grande como el cambio climático?»
Jesús sonrió con ternura. «Debemos empezar por pequeñas acciones, como reciclar, usar menos energía y ser más conscientes de nuestro impacto en la tierra. Y luego, unirnos como comunidad para exigir cambios y trabajar juntos para crear un futuro más sostenible».
Marta pareció animarse un poco. «Sí, eso es verdad. Todos podemos hacer algo, no importa cuán pequeño sea».
Jesús asintió con una sonrisa. «Y debemos mantener la fe, Marta. Sé que sueno a disco rayado con esto de la fe. Pero la tierra ha sido capaz de sanar en el pasado, y podemos hacerlo de nuevo. Con la ayuda de Dios y el esfuerzo de todos nosotros, podemos crear un futuro más brillante para la tierra y todos sus habitantes».
Marta se sintió reconfortada por las palabras de Jesús y tomó su mano con gratitud. «Gracias, Jesús. Tu paz siempre me ayuda a encontrar un camino a seguir».
Las discípulas estaban asintiendo y sonriendo, sintiendo la energía de Jesús y su sabiduría. Pero Judas, que había estado callado durante toda la cena, estaba mirando fijamente su plato.
Jesús notó su silencio y se acercó a él. «¿Y tú, Judas? ¿Qué te preocupa?»
Judas levantó la mirada hacia Jesús. «Me preocupa que todo lo que has trabajado por hacer en esta tierra, no sirva de nada. Me preocupa que todo esto termine en vano».
Jesús puso una mano en el hombro de Judas. «No temas, Judas. Todo lo que hemos trabajado y luchado no será en vano. Nuestro legado vivirá para siempre, y siempre habrá quienes sigan nuestros pasos y continúen nuestra labor».
Pero Judas no parecía estar convencido. Sus ojos brillaban con una luz extraña, y Jesús supo que había algo más detrás de su preocupación.
La cena terminó en silencio, y todos se retiraron a dormir. Pero Jesús no podía dejar de sentir la intriga que había en el corazón de Judas, y sabía que tendría que estar preparado para lo que vendría después.