*Advertencia – se tratan temas incluyendo desordenes alimenticios y suicidio.
*Alerta de Spoiler: La Ballena
La Ballena, protagonizada por Brendan Fraser – galardonado con el Oscar a mejor interpretación masculina protagonista, es una película desgarradora y grotesca. Al igual que lo haría Charlie, el personaje principal de la historia, lo digo de manera positiva.
Charlie es un profesor de escritura de mediana edad, optimista, con un corazón lleno de amor, empatía y demasiados kilogramos de grasa tapando sus arterias que con el pasar de los días funcionan menos y le dificultan la respiración y movilidad. Luego de pasar un luto de esos que te parten el alma y consecuentemente una ruptura amorosa, se refugia en la comida hasta llegar a un punto que dentro de su soledad y desidia, es lo único que le trae felicidad momentáneamente.
Tras una serie de reencuentros, Charlie logra hacer las paces con dejar este plano existencial, acomoda sus bienes, coordina despedidas, y se rinde ante la vida y lo que considera que son las injusticias que le han pasado. Dentro de todo esto, aunque se ubique dentro de un cuadro depresivo y de trastornos alimenticios, Charlie logra mantenerse optimista hacia los demás, e identifica potencial en las almas rotas que lo rodean incluyendo a su hija, su ex-esposa, compañera de apartamento y un misionero religioso que apareció en su puerta un día y tardó más de lo necesario en irse.
Hay cantidad de temas por abordar cuando se trata de analizar esta película así que lo desglosaré en tres partes: la dependencia en la comida como una adicción aceptable dentro de una sociedad que vive de apariencias, el sistema de salud inexistente en la auto-denominada “potencia más grande del mundo”, y mantener el positivismo razonable en tiempos de desidia.
Dos pizzas, un sandwich de Doritos con jalea de uva, dos litros de Pepsi, buco rantan, pocotón de pan, salsa Ranch y una revoltura muy grande. Esta combinación vomitable es de los últimos atracones que sufre Charlie y evidencian el trastorno alimenticio con el que a diario luchaba. Su manera de lidiar con el luto de un ser querido fue comer como analhésico para su dolor emocional que con el pasar del tiempo, sin que se diera cuenta, lo deja inmóvil, literalmente pudriéndose de adentro hacia afuera y dependiente a un tanque de oxígeno en sus últimos días. La adicción a la comida es un tema que sigue siendo tabú, ya que si una persona no es dependiente a una droga estupefaciente, no es considerado una adicción sino una “mala decisión por falta de juicio y algo de ejercicio”. Ridículo, en fin, en términos de salud, la adicción de Charlie no era muy distinta al alcoholismo de su ex-esposa. Es más, la adicción de él duró menos que la de ella ya que fue mortal. Ambas fueron resultados de un manejo aislado y solitario de pérdidas emocionales que con el pasar de los años impactaron directamente la crianza de la hija que comparten, Ellie.
El abandono a su propio bienestar llega a tal punto que Charlie decide rendirse de buscar ayuda y prefiere atar cabos sueltos en su vida con su trabajo y delegar sus finanzas post-mortem a su hija. Esta última fue una opción que él mismo tomó, en vez de buscar ayuda hospitalaria – ya que ambas no eran simultáneamente factibles económicamente. Por el alto costo de las hospitalizaciones y atención médica en Estados Unidos, inalcanzable para alguien de clase media para abajo sin quedar endeudado o en bancarrota, prefirió abstenerse de recibir ayuda o llamar una ambulancia, todo para poder asegurarle a su hija las bases de un futuro estable y próspero. Es absurdo que el país que se auto-proclama la mayor potencia del mundo, el hegemón de ambos hemisferios y Papá de las Naciones no cuente con atención medica básica gratuita para sus residentes que pagan impuestos muchísimo mas alto que en naciones subdesarrolladas.
Considero que el primer eslabón del desarrollo empieza con el capital humano y la base de la vida es la salud digna. Entonces, a quién le falta desarrollo? ¿Al país que tiene un ejército que puede agarrarse a trompadas con un escuadrón alienígena, o al país que mantiene a su población sana para primeramente mantener la economía andando? Lo dejo al criterio del lector – pero antes de irme por la tangente de lo que debe ser una sociedad, regresemos a la historia de Charlie.
Su positivismo radiante es lo que mantuvo a su círculo cero cerca de él hasta su último día, incluso tras años de ausencia, como fue el caso con su ex-esposa e hija. Terminó sus días con una sonrisa siempre que había alguien más presente, dispuesto a escuchar, encontrando el potencial escondido de la próxima generación – tanto en su hija como en sus estudiantes, y buscando salvación para todos los demás excepto para sí mismo, aunque fuera a costa suya. Ese era Charlie, un alma pura que no supo priorizarse dentro de su propia historia ni pedir ayuda cuando más lo necesitó.
¿Hasta qué punto es válido echarse uno mismo a perder, cuando ya se considera haber cumplido su propósito de vida, para prolongar y dudablemente mejorar la vida de los demás? No le hayo respuesta positiva a esa pregunta, ya que considero que hay espacio para que todo tipo de persona florezca dentro o fuera de su propio entorno, en la fase de vida en que esté. Lo que sí sé, es que un matorral por sí solo no se transforma en edén y para regar el jardín ajeno uno tiene que por lo menos tener las herramientas para mantener su propio herbazal podado.
En resumidas cuentas, hay dos maneras de ver a una ballena: como el mamífero más grande del mar, potente y sereno sin necesidad de agresividad o autobombos, deslumbrando al que esté en su paso por temporadas, o, como un animal increíblemente pesado e inútil que no le llega ni a los tobillos a un minúsculo tiburón en términos de poder dentro de la cadena alimenticia. ¿Con cual se habrá reflejado Charlie? ¿Con cual te reflejas tú?